La vida oculta de Pepiño Blanco (Capítulo 5)

                                                                   Apoteisis

La llegada de Pepiño Blanco al pazo de San Damián de Lamacido, poco después de su bautizo, fue algo inenarrable. Al menos para mí, que, por no haber sido agraciado con el don divino de expresar lo grandioso, lo épico, no encuentro palabras para ello. Así que, como no doy con ellas, dejo ya de buscarlas, y, muy a mi pesar, echo mano del pobre lenguaje que los dioses me concedieron, porque haría falta un Dante -¡qué digo un Dante, un Homero!- para cantar la grandeza de aquel momento.

     Doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza vio en Pepiño, al término del bautizo, un santo, más que un cristiano, y ordenó, con el consentimiento del cura -bien untado por la mano pródiga del marqués-, que se le tributara la debida veneración. A tal efecto, Pepiño, que aún no andaba, fue puesto en un tacatá, y llevado en andas desde la iglesia parroquial de San Damián de Lamacido hasta el pazo de los marqueses. La procesión, concurridísima, contó con el apoyo mediático del corresponsal de "La Voz de Ortigueira", semanario comarcal que, días después, con su estilo inimitable, dio amplia noticia de tan insólito acontecimiento. Quisiera, amable lector, que la Divina Providencia te abriera los ojos de la fantasía para que vieras, en todo su esplendor, la grandiosidad que mi humilde pluma no logra transmitirte. Sólo así podrás vivir, siquiera por un momento, la apoteosis de Pepiño Blanco, que, erguido dentro del tacatá, llevado en andas por cuatro parroquianos al frente de una larga procesión, iba camino del pazo, dando tumbos, como la imagen de cualquier santo, por enfangadas "corredoiras". El cura, que había hecho cristiano a Pepiño, dirigía solemnes cánticos de alabanza, acompañados musicalmente por un grupo de seis gaitas, un bombo y un tambor. Las mujeres llevaban escapularios y estandartes; los hombres, velones apagados, que habían salido encendidos de la iglesia. Pepiño Blanco, que, con el agua bautismal, había pescado una buena cagalera, consiguió que la procesión llegara al pazo, envuelta en olor de santidad. 
 
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