Y que viva por muchos años, tantos años como los que lleva entre nosotros esta milenaria perla gastronómica, orgullo dentro y fuera. ¡Que viva el jamón!, moro, aunque te ofenda si lo digo. Porque, moro, no es verdad que tu religión te prohíba hablar del cerdo, del que aquí, donde vives, a la inmensa mayoría nos gusta hasta los andares. Porque aquí, donde vives, moro, no nos escandalizamos ni nos sentimos ofendidos cuando alguien de tu religión viste, come y reza como lo hacéis.
Aquí, moro, sí nos sentimos ofendidos de que en tu país, Marruecos, a personas como yo las metan en la cárcel simplemente por ser periodistas. O por hablar del cerdo alauita, subproducto degenerativo del porcino, con la libertad con la que tu profesor habló de los de cuatro patas. Aquí donde vives, donde estudias, donde tienes derechos, donde eres persona, donde eres visible, te atreves a escandalizarte porque se hable en tu presencia del jamón, mientras seguro que te fumas un porro de polen traído de la tierra de tus progenitores. O admites como la cosa más normal del mundo que un septuagenario de tu religión se despose con una niña de once años.
Aquí, donde vives y donde exiges derechos, moro, hace tiempo que aprendimos a tolerar, a acoger, a respetar, algo de lo que tú no tienes ni pajotera idea, porque con tus exigencias demuestras ser intolerante, fanático, sectario, intransigente y, sobre todo, un peligro público. Porque hoy se empieza reprobando a un profesor que osa hablar del jamón en clase y mañana se termina sentenciándolo a morir en nombre de vuestro dios.
Lo que no entiendo, moro, es que los de tu raza y condición os paséis el día ofendidos ante nuestro estilo de vida, nuestras costumbres, nuestra cultura, y que renunciéis a encontrar algo mejor. Quizás el paraíso de Alá, allá cruzando el estrecho, te ofenda menos y te agrade más.
Conste, moro, que estoy lejos de sentirme sorprendido ni confundido por ti. Hace tiempo que te conozco, que os conozco, y por eso estoy lejos de esperar nada bueno de vosotros. En La Línea, en Ceuta, en Barcelona, en París, en Bonn, en Verona, en Berna, en Estocolmo en Ámsterdam…la historia siempre es la misma. Primero os acogemos, os respetamos, os alimentamos, os damos más derechos que deberes, os intentamos educar, os dejamos mirar a la Meca mientras rezáis, os permitimos que construyáis mezquitas, que podáis vivir digna y libremente sin renunciar a una sola de vuestras creencias ni ideas, y al final termináis queriendo mandar a la hoguera a quien ose hablar del jamón en vuestra presencia.
Sé que si pudieras, si se cumpliera aquello para lo que la acobardada clase política europea trabaja sin desmayo, habrías pasado de las palabras a los hechos y tal vez habrías ordenado la flagelación pública de tu profesor o acaso algo peor aún.
Doy gracias a Dios, a mi Dios, de que por el momento no puedas imponer a tu profesor aquello de lo que pueda hablar o dejar de hacerlo. Sin embargo a gente como tú y a políticos tan traidores como los nuestros, aquí se puede todavía opinar libremente. Si en Marruecos, tu país, a algún alumno cristiano se le hubiese ocurrido refutar la opinión de un profesor favorable a las delicias de la comida halal, muy probablemente ese alumno habría terminado dando con sus huesos en la cárcel. Es la diferencia entre la nuestra y tu civilización detestable y salvaje.
Dicho, moro, todo lo anterior, sólo cabe apostillar: ¡que viva el jamón y que su disfrute os siga vedado otros mil años!